No sólo la temperatura disminuye durante el invierno, también la luminosidad; de manera que los días se van haciendo cada vez más cortos. En los jardines abiertos muchas plantas, incluso de hoja perenne, lucen decaídas a causa de estos factores. Dentro de las casas y departamentos la escasez de luz hace particularmente crítica esta etapa para las diversas especies vegetales, sobre todo aquellas que tienen su origen en el trópico, una zona del planeta sin los contrastes climáticos.
Pero aún en nuestro cálido y luminoso verano, muchas veces mantenemos las llamadas «plantas de interior» carentes de las condiciones de iluminación adecuadas para su buen desarrollo. A veces ignoramos que, incluso, mientras más sombría su ubicación, menos posibilidades existirán de que florezcan.
En todos los casos mencionados, se impone utilizar la luz artificial que, por otra parte, puede ser suficiente por sí sola, sustituyendo por completo la luz solar. Más aún, estas fuentes alternativas son capaces de propiciar un crecimiento más acelerado, lo que se explica por la posibilidad de prolongar el fotoperíodo durante mayor tiempo.
A continuación referimos algunos consejos útiles para garantizar un mejor desarrollo de las plantas dentro de casa, en todas las estaciones del año y particularmente frente a la creciente falta de luz natural de los días otoñales e invernales, provocada por el recorrido más corto del sol o por las densas nubosidades típicas del invierno.
¿Cuánta luz?
De partida, es recomendable informarse sobre los requerimientos de luminosidad de cada especie, de manera que pueda planificarse mejor el suministro de luz. Mientras más de pleno sol sea una planta, más tiempo de exposición necesitará.
No necesariamente el origen tropical implica una gran necesidad lumínica. Especies cultivadas por su follaje, como el filodendro y ciertos tipos de ficus, se encuentran bien a la semi sombra o sombra. Casi todos los helechos deben resguardarse también de la luz, al menos de la que incida de manera directa sobre sus hojas (frondas).
Como regla general, las plantas con hojas más verdes necesitan menos luz que las plantas variegadas o de colores más pálidos.
Las plantas «de flor» suelen requerir gran cantidad de luz, de otra manera tienen dificultades y, en algunos casos, se ven imposibilitadas de producir botones y que estos se desarrollen en flores. En muchas plantas la floración se rige de acuerdo a la duración de los días. Las llamadas «plantas de días largos», como la violeta africana, florecen si reciben más de 12 horas de luz al día. Las denominadas «plantas de días cortos», como es el caso de la corona del inca, florecen si acumulan menos de 12 horas.
No sólo algunas plantas tropicales se verán más bonitas si la luz natural que reciben es complementada con fuentes artificiales. En casos de especies como las llamadas violetas africanas, se puede lograr una segunda floración anual si reciben luz también de noche.
Pero, como regla general, resulta suficiente mantener encendidos los focos durante unas 8 a 10 horas al día, aunque si desea acelerar el crecimiento, puede ofrecerles incluso hasta 18 horas de luz artificial. Conviene suprimirla durante al menos 8 horas diarias, para evitar el estrés lumínico de las plantas.
Es muy conveniente instalar sistemas de apagado y encendido automático de las lámparas. Y cuidar de que las lámparas mantengan la misma intensidad lumínica.
¿Influye el color de la iluminación de la habitación?
Para una mejor distribución de la luz, lo idóneo es que la pieza esté pintada de blanco.
Las habitaciones pintadas de colores claros devuelven la luz sobre las plantas, mientras que las que presentan tonos más oscuros absorben la luminosidad, de modo que las plantas tenderán a orientar su crecimiento hacia una ventana o una puerta transparente o abierta.
Se puede conseguir un desarrollo más parejo de la planta girando el ejemplar cada cierto tiempo, pero eso conlleva un gasto importante de energía para la planta.
¿Dónde ubicar el foco de luz?
El foco de luz se debe situar idealmente en una posición cenital, o sea, en el punto más alto de la habitación, lo que también garantiza una mayor dispersión de la luz. En todo caso, es necesario situar la fuente a una distancia prudente de la planta, pues de lo contrario, el calor producido puede provocar quemaduras o marchitamiento del follaje.
¿Qué lámpara de iluminación usar?
No todas las fuentes de luz artificial presentan la misma eficiencia al tratar de utilizarlas para iluminar plantas. A continuación establecemos las principales características y diferencias entre ellas.
La luz, o como se conoce el espectro electromagnético perceptible para el ojo humano, se clasifica de acuerdo a su longitud de onda. El mundo vegetal utiliza mejor ciertas longitudes de ondas por sobre otras, para llevar a cabo sus funciones vitales. Fundamentalmente las longitudes de onda correspondientes al azul y el rojo y las radiaciones infrarrojas y ultravioletas; las demás no producen ningún efecto sobre la planta. Por ende, si vamos a emplear fuentes artificiales, éstas deben suministrar las longitudes de onda apropiadas.
Las fuentes incandescentes, o sea, las ampolletas tradicionales, al calentarse el filamento por el paso de la electricidad, producen luz roja e infrarroja. Desde este punto de vista, son útiles. Pero estos focos emiten mucho calor a la vez que gastan gran cantidad de energía eléctrica. No se deben situar muy cerca de las plantas para no quemarlas y en general son una opción poco recomendable. En caso de que no se cuente con otra alternativa, al menos se deben usar con un reflector para concentrar los haces de luz hacia el sitio donde está el ejemplar de arbusto o herbácea.
Las lámparas de vapor de mercurio (MV) son las mismas que habitualmente se utilizan en los estadios deportivos y grandes instalaciones, aunque se puede encontrar productos domésticos con esta misma tecnología. Producen una luz de aspecto natural, blanca, azul y verde, debido al paso de la corriente eléctrica a través de los gases contenidos a alta presión. Son muy apropiadas para el crecimiento de la planta, por contener la zona azul del espectro, pero al no contener la roja resultan insuficientes para inducir la floración.
Las lámparas fluorescentes son lámparas de vapor de mercurio, aunque a baja presión. Emiten luz azul y roja (si bien esto varía con cada modelo), y por tanto superan la limitante arriba citada.
Las lámparas de halogenuros metálicos (MH), también utilizan el vapor de mercurio, además de incluir en el tubo una descarga de yoduro metálico. Son muy comunes en el alumbrado público. Irradian una luz blanca levemente azulada, especialmente recomendable para las etapas de germinación, enraizamiento de esquejes y crecimiento vegetativo. Su dificultad mayor radica en su alto consumo de energía eléctrica.
Las lámparas de vapor de sodio a alta presión (HPS), que funcionan a partir de una descarga eléctrica en un tubo con vapor de sodio a alta presión, emiten luz amarilla y anaranjada, con poco calor asociado. Proporcionan la mayor amplitud de espectros necesarios para el crecimiento y floración de las plantas y representan un bajo gasto de electricidad. Por sí solas son la alternativa más conveniente.
No obstante, el mejor sistema de iluminación se considera el uso de lámparas fluorescentes o bien de halogenuros metálicos para las primeras etapas de crecimiento de las plantas, combinado con el empleo de lámparas de vapor de sodio a alta presión para la floración.
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