La civilización islámica penetró en Europa a la vuelta de las cruzadas y a través de Sicilia, las islas Baleares y la península Ibérica, entre los siglos VIII y XV. Trajo a occidente una visión muy distinta acerca de la existencia terrenal, la que debía reproducir en lo posible -y de antemano- el Paraíso. Y el Paraíso musulmán, como el Edén cristiano y judío, es representado por un jardín.
El Corán dice: «A los que creen y hacen buenas obras, les haremos entrar en jardines, bajo los cuales corren ríos, donde morarán eternamente; tendrán en ellos esposas purificadas y les haremos disfrutar de una densa sombra.»
Plantar un jardín significa para los musulmanes procurarse un anticipo del Paraíso, de modo que éste debe ofrecer satisfacción a todos los sentidos. Y una religión surgida frente al desierto, no halló mejores referentes de placer que el agua, el árbol y la sombra, todo lo que puede encontrarse en un oasis.
¿Cuáles son los principios del «jardín musulmán»?
El concepto de rau (jardín) se menciona con tanta frecuencia y prolijidad en el Corán, que de este libro sagrado puede extraerse el prototipo exacto y detallado de un jardín musulmán.
No es en balde el espejismo más frecuente en un desierto; el oasis brinda al árabe nómada sombra, agua y alimento, y constituye el verdadero principio de un jardín en esta parte del mundo.
El oasis siempre está verde, así que al recrearlo muchas de las plantas escogidas serán de hoja perenne. No se trata de un jardín puramente ornamental; se plantan frutales como el damasco, la palma datilera, el naranjo, el toronjo y el limonero, entre otras especies.
Es un sitio que simboliza la vida, y por tanto se verá lleno de colores, aromas -de día y de noche, y sonidos – de los pájaros y del agua al correr; aunque se deja un espacio preponderante al silencio y la sensación de paz.
El agua, elemento esencial del jardín, fluye por las acequias y desemboca en las albercas, donde brotan los nenúfares y nadan peces ornamentales. La fuente hídrica más común es el pozo o aljibe.
Los parterres en el jardín musulmán constituyen verdaderas alfombras vegetales, que combinan los colores de anémonas, clemátides, ampelis, ásteres y diamelos, entre otras flores.
Los árabes gustaban de crear en el jardín un cierto ambiente de misterio y fantasía, amparado por la densa sombra de los árboles, o los pabellones de celosía; una sensación de encontrarse suspendidos entre el sueño y la realidad, en un tiempo detenido.
Además de recrear la profusión casi fortuita de elementos propia de un oasis, los musulmanes concibieron jardines estructurados sobre bases geométricas, donde era recurrente la división del área en cuatro partes, delimitadas por el cruce de dos acequias, o paseos.
El patio de una vivienda árabe o de una mezquita suele tener una estructura cuadrada o rectangular y se sitúa al centro del edificio, generalmente con hileras de plantas simétricamente alineadas y una fuente en el medio.
Si bien la arquitectura mudéjar resulta a veces de una gran sencillez en sus elementos decorativos, al mismo tiempo, y sobre todo las personas más pudientes, gustaban de decorar los patios y otras estancias con toda clase de piedras finas: mármoles -sobre todo blancos y alabastro-, jade, lapislázuli, etc; también oro. Y es muy propio de esa cultura «tapizar» los pisos, muros y fuentes con estucos y piezas de cerámica polícroma.
¿De dónde surgen sus formas para un jardín musulmán?
En el jardín musulmán todos sus elementos se constituyen cual anticipos del Paraíso. El rau surge ante la necesidad de agua y vegetación en una zona del mundo donde el desierto amenaza constantemente la vida.
El agua representa la bondad de Dios, es una forma de revelación divina. No se debe retener ni acaparar, se la dejará fluir por las acequias, u ofrecer albergue a las plantas y peces en las albercas.
El oasis-jardín debe propiciar el sentido de la trascendencia. La frase «jardines bajo los cuales los ríos fluyen» remite al concepto real de un oasis, pero también sugiere que hacia el corazón del hombre siempre deben fluir las fuentes del espíritu que lo alimentan.
La geometría interviene en el diseño del jardín musulmán para representar la cosmogonía de esta cultura.
La estructura cuadrada del jardín representa el orden. La división en cuatro indica los puntos cardinales pero sobre todo la relación entre Dios y el hombre. Los dos cuadrantes divinos se nombran Esencia y Espíritu, y los dos humanos Corazón y Alma.
Es frecuente en las pilas de agua la forma octogonal, que representa los siete cielos y el paraíso.
La fuente se sitúa en el medio del jardín o del patio interior de un edificio, porque el agua es considerada el centro de la vida.
Paraíso proviene de la traducción al griego (paradisos) de una palabra persa: pairi (circular) daéza (pared o muro). El patio árabe está encerrado entre muros para garantizar el recogimiento de los fieles en su meditación, y como protección frente al desierto. También como forma de excluir a quienes no cumplen la voluntad de Alá.
Los musulmanes utilizaban muy a menudo el mármol blanco porque le atribuían la cualidad de pureza a esta piedra. Todos los demás signos de riqueza presentes en los materiales empleados, reforzaban la sensación de bienaventuranza que representa el Paraíso.
¿Cómo se logra el efecto musulmán?
Es propia de la jardinería árabe una forma muy peculiar de podar los árboles: eliminando los brotes de la parte inferior del tronco para lograr que el follaje se concentre en lo alto. De este modo el ejemplar acentúa su esbeltez y denota refinamiento.
En el jardín musulmán predominan los árboles frutales, que simbolizan lo transitorio de la vida, y ornamentales como el banj, el cinamono, la catalpa, y el ciprés, que representa la eternidad.
Algo verdaderamente asombroso es la noción que manejaban los jardineros musulmanes de la «sociología vegetal», o sea, la afinidad entre las diversas especies de plantas. Así por ejemplo procuraban sembrar juntos los almendros y las rosas, o los cipreses con los lirios.
Las plantas aromáticas, que embargan de olores el jardín de día tanto como de noche, son: la azucena, la rosa mosqueta, la alhucema (lavandula latifolia), la menta, el romero, la manzanilla, el mirto -por sus hojas- y los cítricos, por el azahar.
Una de las flores predominantes es la rosa; en el Islam se considera que la primera de ellas surgió de una gota de sudor en la frente del profeta Mahoma.
Las fuentes, muros y pisos deben decorarse de modo bien alegre y colorido: estucos, mármoles, lozas-mosaico y las mil y una piezas de cerámica porcelanosa tapizándolo todo. Tal como aún se ve en las construcciones de algunas ciudades españolas y de nuestro continente que incorporaron al paladar arquitectónico el gusto mudéjar.
¿Cuál es el mejor lugar para un jardín árabe?
Lo es cualquier espacio donde pueda plantarse un jardín lleno de vivacidad, de colores, sonidos, aromas; cualquiera donde se consiga recrear un vergel que proporcione los elementos más caros al espíritu del nómade: la sombra, el alimento y el agua.
De igual manera, para situar en alguna parte de la casa, puede diseñarse un patio de inspiración árabe, con todos los principios de la cosmogonía y los elementos decorativos propios de la arquitectura y cultura musulmanas.
¿Requiere de muchos cuidados un jardín árabe?
El oficio de jardinero revestía una gran dignidad para los musulmanes. Entre las autoridades y dignatarios era una muy valorada profesión, que suponía de sus practicantes conocimientos científicos y gran sensibilidad.
Para emular la apariencia del… Paraíso celestial, o al menos recrear en algo la inspiración divina, los cuidados del jardinero deben ser mayúsculos. Cualquier evidencia de decadencia o abandono: hojas caídas, plantas enfermas o marchitas, frutos pasados de maduros, debe ser apartada de la vista y los sentidos. El jardín está concebido para resplandecer en todo momento.
También exige un gusto exquisito, amén de un gran cuidado, la selección de las especies que conformarán el jardín, de manera que todo el año éste se mantenga vivaz y dispensador de sensaciones que halaguen los sentidos.
La terraza y los accesorios decorativos para un jardín árabe
Las fuentes, acequias y albercas son elementos primordiales del jardín musulmán, como dispensadores del agua. También el aljibe.
Es infrecuente la representación de seres humanos o animales en la escultura o la arquitectura. Los motivos principales son florales y geométricos.
Los árabes solían disponer pequeños pabellones al interior del jardín, destinados al reposo y las actividades sociales, con paredes de celosía: un enrejado de listoncillos que propiciaba el apartamiento y la intimidad, cubierto por rosas trepadoras.
El palomar es un elemento propio de este jardín. Los árabes fueron los primeros en entrenar palomas como mensajeros.
Amantes de los ambientes sombreados, los musulmanes tendían emparrados sobre las vías destinadas al paseo. Estas sendas eran además cercadas por arriates sembrados de arrayanes, un arbusto mirtáceo de la misma familia del arrayán chileno.
La cultura islámica, luego de ocho siglos de presencia en España, llegó a América y también logró influir, a veces imperceptiblemente, la vida de los chilenos, hasta hoy. ¿De dónde si no, nos viene la obsesión por el jardín, ya sea en los campos o las ciudades, en las casas o los departamentos?, se plantean algunos sociólogos.
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